🌴 Lo que empieza como una escapada… termina como una historia que contar por años
—“Bro… ¿tú has sentido alguna vez que el mar te habla?”
Así comenzó todo. El tipo de pregunta que uno solo hace cuando vuelve de Máncora.
La cosa fue así: llegamos un viernes en la tarde, con el sol todavía alto. El aire olía a sal, a ceviche fresco y a algo que no sabías que necesitabas. De pronto ya estabas en sandalias, con una cerveza helada en la mano, viendo cómo el sol se escondía detrás de tres piscinas frente al mar. Y no, no es exageración. Ahí aprendí que es sunset… y que maravilla de sunsets en Máncora. Esos que no se miran, se sienten.
Pero la playa, man. Esa es otra historia. Tibia, como recién salida del sueño. Con olas que te invitan a flotar, surfear o simplemente caminar, en silencio. Y mientras tú andas como hipnotizado por ese azul infinito, pasa una gaviota rasante, y te juro que en tu cabeza suena reggae.
La noche llega como si alguien bajara el volumen del sol y subiera el de la música. Bares, luces de neón, historias de viajeros. En Máncora nadie está apurado, pero todos tienen algo que contar. Comimos en un restaurante frente al mar que todavía sueño —una mezcla de mariscos, limón y gloria eterna— y después caminamos por Las Pocitas, con el rumor de las olas y la luna rompiendo el cielo.
¿Y sabes qué es lo mejor? Que todo esto pasa a 5 kilómetros de la plaza, que puedes llegar fácil desde Piura, Talara o Tumbes, que el clima es una promesa cumplida (¡27°C todo el año!) y que, si tienes suerte, terminas en una cabalgata bajo las estrellas, directo a una cascada escondida en el bosque seco.
Máncora no es solo una playa.
Es esa historia que te piden volver a contar cada vez que dices: “una vez fui al norte del Perú…”
🌊 Cabo Blanco: Donde el mar guarda secretos de leyendas
—Bro, te juro que pensé que era una exageración… hasta que lo vi saltar.
Estábamos en Cabo Blanco. A media hora de Máncora. Yo con mi caña prestada, él con su whisky y su camisa desabotonada. El guía decía “tranquilos, aquí no hay temporada… aquí el mar siempre tiene hambre”. Y entonces, salió. Un merlín negro, gigante. El tipo que estaba con nosotros gritó como si hubiera visto a Dios.
Ahí entendí por qué Marilyn Monroe, Paul Newman y Cantinflas venían a este punto perdido del Pacífico. No es solo la pesca. Es la atmósfera. Hay algo en Cabo Blanco que te hace sentir en una película vieja, en cámara lenta. A veces, eso basta.
🐋 Punta Sal: Donde el silencio te cuenta historias de ballenas
—Te juro que lloré. No de tristeza. Fue otra cosa. Algo más grande.
Era julio. Punta Sal. 20 minutos de Máncora. Estábamos tomando desayuno en la terraza del hotel, cuando alguien gritó “¡mira!”. Levantamos la vista y ahí estaba. Una ballena azul. Imposible de describir. Saltando. Majestuosa. La vimos sumergirse lento, como si el tiempo se detuviera solo para ella.
Desde entonces, cada vez que alguien me habla de «escapadas románticas», pienso en esa escena. En la playa calma. En las noches sin ruido. En las aguas tibias que no te dejan ir. Punta Sal no es solo linda. Te cura el alma sin decir nada.
🐠 Zorritos: El Caribe escondido del Perú
—¿Zorritos? Suena a que vas a encontrar calor, pero no lo sabes hasta que estás ahí.
Esa playa no se parece a ninguna otra del Perú. Es más… no parece Perú. Parece un secreto tropical que alguien guardó mal. Agua tibia, sin miedo. Brisa constante. Playa tranquila. Y de fondo, un malecón perfecto para caminar mientras el cielo se pone naranja.
Pero lo mejor fue lo inesperado: las aguas termales. Calientes, rodeadas de silencio y árboles. Fue como meterse en un abrazo. Después comimos langostinos con arroz con coco y cerveza helada. Dormimos 12 horas. No exagero. Es ese tipo de lugar que te dice “baja las revoluciones, hermano”. Y uno obedece feliz.
🏖️ Colán: Donde el tiempo se detiene, hasta que…
—Hermano, ese atardecer es otro nivel. Parece que el mar se prende fuego.
Colán está más lejos —casi 2 horas de Máncora— pero si te gustan las playas amplias y solitarias, tienes que ir. Arena suave. Agua limpia. Casas sobre pilotes como sacadas de una postal antigua.
El plan era pasarla tranquilo… pero tuve un susto. Estábamos en el agua cuando sentí un pinchazo en la mano. No sabía que había rayas ahí. Fue leve, nada grave, pero me dejó pensando: nadie te lo advierte. Por eso, si vas con niños, mejor con cuidado y calzado de agua. Igual, el lugar tiene magia. Simple, de esa que no necesita filtro de Instagram.